“Hamburgo era Thomas Read.”
Es lo primero que se me viene a
la cabeza escribir, quizás porque hoy es miércoles de Thomas Read y
vamos a ir a Thomas Read en veinte minutos.
En realidad Hamburgo era (es, por
suerte, todavía en la cronología en la que escribo) muchas cosas.
Era la campana en el tren de la línea U2 con dirección a Niendorf
Nord anunciando la próxima parada y la potente voz de la señora
virtual entonando NÄCHSTER HALT -pausa dramática- LUTTEROSTRAßE y
nuestras caras de alegría -o de sueño, dependiendo de la noche-
cuando vemos que en diez minutos estaremos en casa. Era un 80% de la
población Erasmus sacando nuestros smartphones cuando asomaba el sol
y la temperatura en las calles superaba los 14º, preparados para
capturar cualquier escena e inundar instagram con nuestras historias,
porque a dieciocho de abril todavía lo considerábamos un hecho
insólito. Era pasar el primer fin de semana soleado del semestre
tirados en un parque, sin querer pensar en nada más que en who
else is coming para pedirle que
nos traiga cerveza y oh my god where’s the closest
bathroom I’m dying here.
Era
Vai Malandra, las primeras notas de la canción recordándome
inevitablemente a Gustavo, Bella y Joao, a los exuberantes bailes
brasileños, al calor y al propósito de ser más desvergonzada. Era
aprenderse de memoria Ich spreche keine deutch para
poder sobrevivir. Era ir a Gustavs los viernes con la posibilidad de
que se nos liara la noche. Era la playlist Leg Warmers
de Sebastian sonando cada vez que fumábamos maría o simplemente
queríamos estar del chill, y su sonrisa de niño pillo cuando
alguien le preguntaba are you high already?.
Era la carbonara de Greta y sus fotografías aesthetic, en las que te
veías y no te reconocías porque parecían sacadas del fotograma de
alguna película. Eran los dibujos de Irene y
su forma de jugar con los colores,
sus ojos de un azul imposible y
todas sus ocurrencias, nuestras charlas durante horas. Era Bella
siendo nuestra mami, contando
anécdotas sobre el primer semestre y descubriéndonos capas del Erasmus y de Hamburgo, su
ok bye espontáneo
medio en serio medio en broma cuando no estaba dispuesta a tolerar X
situación, nuestras charlas en la cocina y el hecho de contar con algo parecido a una hermana al otro lado del pasillo. Era João
y su música, cámara en mano y la paz que
transmitía estar junto a él.
Los
Scotts yendo en pack, su acento, la sonrisa de Scott y la forma de reír de Darren.
Era Stephanie
y su EXCUSE YOU, sus
respuestas mordaces con esa voz dulce siempre on
point, su
vodka y sus ganas de viajar. Jae y la felicidad que desprendía, su adorable inocencia. Era Max y su sketchbook, su naturalidad e incluso, en ocasiones, su intransigencia, pegarte sin verle tres semanas para luego poder pasar una tarde entera junto a él. Era Gustavo preocupándose por ti, llevándose las manos a la cabeza y avergonzándose de su propio género cuando contábamos historias sexistas, y casi siempre haciendo el gesto típico brasileño con la mano y tocando las
narices para luego escucharme
decir,
I hate you y su
respuesta Why? I didn’t do anything,
cuando
hacía de todo menos
anything.
Era
echar de menos a personas que veías todos los días, porque no era a
ellos a quienes echabas de menos sino al futuro que nunca
compartiríais.
Era
vivir al día y no parar quieto, y estresarte, y beber todos los
fines de semana. Era sentir la pausa del
Erasmus en cada poro, en cada rayo de sol cuando decidía salir, en
cada cerveza y en cada esquina de Reeperbahm, en cada canción. Era
madurar y desmadurar, darte cuenta de que lo que creías que querías
en la vida de repente no es suficiente y ya no eres capaz de
conformarte, de que nadie mentía cuando te decían que el Erasmus es
una experiencia única y que ibas a cambiar.
Nadie mentía.
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