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3.7.19

Las cápsulas del destino


A menudo pienso en el destino como ese puñado de señales que no sabemos ver, o que decidimos ignorar sin saber que, de hacerles caso, podrían cambiarnos la vida.

Es imposible saberlo.

Las señales se transforman en oportunidades y unas veces son más forzadas que otras, el interés en tener algún efecto es más impetuoso: un plan que se cancela inesperadamente por otro que surge de repente para cubrirlo, una persona cuyo propio destino le impide acudir a una cita por otra que aparece cuando no contabas con ella, conversaciones que se intercambian, una decisión precipitada, un comentario que te inspira a improvisar…

Cuando alguien me preguntaba qué superpoder me gustaría tener nunca tenía claro qué responder. Iba por rachas. Alrededor de los ocho leí Matilda y quise ser como ella, capaz de mover los objetos con la mente. El deseo aumentó cuando vi X-Men por primera vez, un par de años más tarde. Aunque la posibilidad de leer las mentes de los demás, que demostraba el profesor Xavier, y saber qué pensaban de mí, se antojaba casi más apetitosa en una época en la que la interacción social parecía vital. Con Los Protegidos apareció la idea de ser invisible, y después de controlar la electricidad, por nocivo que pudiera parecer en la serie. Me apasionaba estirar el brazo y los dedos y fingir que la corriente eléctrica circulaba por mis venas, que era capaz de producir rayos y descargas y, años más tarde, cuando empecé a describir lo que sentía al escribir, todavía lo relacionaba con esa falsa sensación. Cuando empecé a obsesionarme con tomar decisiones, y más con tomar las decisiones incorrectas, pensé que me encantaría poder viajar en el tiempo. Al final, el teletransporte me pareció la opción más útil y segura; sobre todo cuando fui consciente de que, de poder viajar en el tiempo, probablemente me quedaría atrapada en un estado de parálisis por análisis permanente.

Es por eso que realmente no acabo de entender mi postura actual. Porque tengo claro, que de poder elegir un superpoder en la actualidad, escogería visualizar todos los puntos de inflexión que construye el destino. Los imagino como pequeñas cápsulas integradas en un circuito que se rompen cuando son escogidas y liberan la siguiente parte del camino. Las otras cápsulas se descartan y el contenido de su historia permanece encerrado. Jamás será visible para nadie más que para el propio destino que quizás piense “Joder, ojalá hubiera elegido la otra opción porque la partida habría sido más interesante”.

A veces me encantaría poder ver el contenido de esas cápsulas, otras querría destruirlas para siempre, o erradicar la idea de mi cabeza y simplemente moverme sin pensar en ellas.

***

El viernes intentas hacer un recado pero en el Centro al que debías ir el horario no estaba señalizado correctamente. Por ello, el lunes alteras ligeramente tu rutina, entregas el paquete por la mañana en vez de por la tarde y llegas diez minutos antes de lo normal a Doña Hipólita para pedir el café de cada mañana. Cuando te acercas, el camarero que te gusta conversa con una cliente habitual. Te saluda con una sonrisa y comienza a preparar tu café sin que le des ninguna indicación. Escuchas mientras esperas con una sonrisa: hablan de una pareja que estaba separada y ha terminado volviendo a juntarse una vez jubilados los dos. En un momento dado, la mujer concluye y pregunta “¿Y tú qué? ¿Tienes a alguien por ahí?” Él contesta tímidamente; “No, no. Yo ahora estoy de descanso” y tú reprimes una sonrisa que liberas cuando le agradeces el café y se ensancha en el momento en el que sales por la puerta.

Te dices que menuda casualidad, que si hubieras bajado a la hora de siempre no habrías presenciado esa conversación, pero cuando terminas tus prácticas un par de meses más tarde sigues sin haberle preguntado su nombre al camarero.

***

Y otras historias que por desgracia ahora no tengo tiempo de escribir.

17.5.18

Hamburgo


 “Hamburgo era Thomas Read.”
Es lo primero que se me viene a la cabeza escribir, quizás porque hoy es miércoles de Thomas Read y vamos a ir a Thomas Read en veinte minutos.
En realidad Hamburgo era (es, por suerte, todavía en la cronología en la que escribo) muchas cosas. Era la campana en el tren de la línea U2 con dirección a Niendorf Nord anunciando la próxima parada y la potente voz de la señora virtual entonando NÄCHSTER HALT -pausa dramática- LUTTEROSTRAßE y nuestras caras de alegría -o de sueño, dependiendo de la noche- cuando vemos que en diez minutos estaremos en casa. Era un 80% de la población Erasmus sacando nuestros smartphones cuando asomaba el sol y la temperatura en las calles superaba los 14º, preparados para capturar cualquier escena e inundar instagram con nuestras historias, porque a dieciocho de abril todavía lo considerábamos un hecho insólito. Era pasar el primer fin de semana soleado del semestre tirados en un parque, sin querer pensar en nada más que en who else is coming para pedirle que nos traiga cerveza y oh my god where’s the closest bathroom I’m dying here.
Era Vai Malandra, las primeras notas de la canción recordándome inevitablemente a Gustavo, Bella y Joao, a los exuberantes bailes brasileños, al calor y al propósito de ser más desvergonzada. Era aprenderse de memoria Ich spreche keine deutch para poder sobrevivir. Era ir a Gustavs los viernes con la posibilidad de que se nos liara la noche. Era la playlist Leg Warmers de Sebastian sonando cada vez que fumábamos maría o simplemente queríamos estar del chill, y su sonrisa de niño pillo cuando alguien le preguntaba are you high already?. Era la carbonara de Greta y sus fotografías aesthetic, en las que te veías y no te reconocías porque parecían sacadas del fotograma de alguna película. Eran los dibujos de Irene y su forma de jugar con los colores, sus ojos de un azul imposible y todas sus ocurrencias, nuestras charlas durante horas. Era Bella siendo nuestra mami, contando anécdotas sobre el primer semestre y descubriéndonos capas del Erasmus y de Hamburgo, su ok bye espontáneo medio en serio medio en broma cuando no estaba dispuesta a tolerar X situación, nuestras charlas en la cocina y el hecho de contar con algo parecido a una hermana al otro lado del pasillo. Era João y su música, cámara en mano y la paz que transmitía estar junto a él. Los Scotts yendo en pack, su acento, la sonrisa de Scott y la forma de reír de Darren. Era Stephanie y su EXCUSE YOU, sus respuestas mordaces con esa voz dulce siempre on point, su vodka y sus ganas de viajar. Jae y la felicidad que desprendía, su adorable inocencia. Era Max y su sketchbook, su naturalidad e incluso, en ocasiones, su intransigencia, pegarte sin verle tres semanas para luego poder pasar una tarde entera junto a él. Era Gustavo preocupándose por ti, llevándose las manos a la cabeza y avergonzándose de su propio género cuando contábamos historias sexistas, y casi siempre haciendo el gesto típico brasileño con la mano y tocando las narices para luego escucharme decir, I hate you y su respuesta Why? I didn’t do anything, cuando hacía de todo menos anything.
Era echar de menos a personas que veías todos los días, porque no era a ellos a quienes echabas de menos sino al futuro que nunca compartiríais.
Era vivir al día y no parar quieto, y estresarte, y beber todos los fines de semana. Era sentir la pausa del Erasmus en cada poro, en cada rayo de sol cuando decidía salir, en cada cerveza y en cada esquina de Reeperbahm, en cada canción. Era madurar y desmadurar, darte cuenta de que lo que creías que querías en la vida de repente no es suficiente y ya no eres capaz de conformarte, de que nadie mentía cuando te decían que el Erasmus es una experiencia única y que ibas a cambiar.
Nadie mentía.


16.3.17

Epifanía




[10.02.2017]

Había algo en la manera en la que todas esas luces resplandecían alumbrando una ciudad fantasma, dibujada en la pared; un algo en la música que sonaba y reverberaba en la habitación mientras observaba aquellas luciérnagas; un algo en los ojos de la chica que brillaban embelesados, porque creía haber encontrado un tesoro que creía perdido en recovecos olvidados de la Tierra y de la mente. Una frase, quizás, una necesidad, un párrafo construido sin ninguna intención en particular y al mismo tiempo totalmente a propósito. Eso era, una necesidad, un instinto básico que necesitaba ser cubierto, uno sin el cual no se asfixiaba pero sí respiraba de forma diferente. Resultaba interesante hallarlo en unas luces navideñas alumbrando a destiempo las sombras de una gran ciudad artificial. 

***

Me queda el consuelo, que solo en este tipo de estados soy capaz de recordar y contemplar, de que no importa lo que pase, siempre querré contar historias, aunque no encuentre mis palabras, soñaré con ellas, las pensaré e imaginaré, las construiré ladrillo a ladrillo en mi cabeza y crearé una bonita fortaleza poblada por personajes únicos y laberintos imposibles, estanterías de libros hasta el cielo y bibliotecas de almas, música que baila consigo misma y llora con el último compás, estrellas que prefieren sangrar luz y fuego antes que permanecer quietas toda su vida.

Hay cierta fuerza e intensidad en un momento de epifanía, cierta sensación de control, tan poderosa que podría arrasar galaxias enteras.


[11.01.2017]


Ayer por la noche volví a escribir, y juro que al salir a la calle esta mañana el aire era distinto.




Me estoy recuperando poco a poco y es un lujo. Con que pronto probablemente me volváis a tener en The Journal con otro tipo de textos y contenido, pero seguiré por aquí para no dejar de golpe la terapia. Espero que os gusten estas letras, las escribí a destiempo y como salieron. Pero es la magia de la escritura automática que, salga como salga, por lo menos escribres.

20.1.17

Tan prudentes, tan cobardes.



Lo único que recuerdo de París es al dragón de la Bella Durmiente; una bestia enorme de ojos amarillos que despegaba sus fauces con ferocidad; una mezcla de colores verdosos y violáceos y una cueva.
Tenía dos años y lo único que mi mente es capaz de recuperar de la memoria, como un flash, de una de las ciudades más bonitas del mundo, es al dragón de cuento. No tengo imagen alguna de sus calles ni sus cielos, ni de los tejanos parisinos o creperias abiertas a las seis de la mañana.

Tengo sin embargo otra imagen en mi cabeza, forjada a partir de escuchar tantas veces la misma anécdota, reconstruida desde la nada a través de las memorias de otras personas, como si fuese posible una transfusión de recuerdos de la misma forma que se contiene sangre en un tubo.
Mi madre siempre cuenta que en ese viaje a Disney nos detuvimos junto a la roca y la espada del Rey Arturo. Imposible conocer la cifra exacta de las personas que cada día se enfrentan con una broma por sonrisa al acero, y al "fracaso", por supuesto. Mi madre siempre recuerda mi mirada perpleja, el gesto de autosuficiencia e incredulidad en una niña de dos años que no podía entender la incompetencia de todas aquellas personas (aun sin conocer las palabras exactas para pensarlo). Recuerda que esta niña subió los escalones, hizo amago de remangarse y se abalanzó sobre la espada como queriendo decir "espera anda, que ya voy yo", totalmente convencida de que el mundo tenía un problema y aquello sería tarea sencilla para ella. No cabía en su mente la posibilidad de fracaso.

Cuando recuerdo esa historia me planteo muchas cosas: como cuánto de esa historia será cierto y cuanto de efectos añadidos por los años. Pero sobre todo me pregunto por qué no podemos ser así en la vida. Por qué cada vez que nos enfrentamos a una decisión o a un evento importante tiene que haber una parte racional y absurda de nuestro cerebro que deje espacio al fracaso. Por qué no podemos sentir esa determinación desenfrenada que nos hace lanzarnos a por una espada encallada en un yunque. Por qué tenemos que dudar de nuestra sombra, por qué los años nos hacen tan prudentes, tan cobardes.

¿Por qué perdemos la fe en nosotros mismos?

Por lo menos sigo creyendo en los dragones.



13.1.17

30 de marzo de 2016.

A veces me da la sensación de que si pudiera transcribir de algún modo a una historia todas mis reflexiones, mis momentos de melancolía y cómo descubro poco a poco el mundo, mis historias, mis personajes (reales y ficticios), mis enredos y mis follones, darían para una novela híper completa (e incluso para una saga de libros) de carácter existencial, intimista, cómico y algo alocado que se vendería como la seda. 
Otras veces me asalta el pensamiento contrario: "¿Cómo va a ser tu vida interesante como para convertirla en best-seller?" "Sí, bueno, algo modesto, aquí en Zaragoza, no necesariamente en una gran ciudad ni con Mary Sues*, realista..." "Por favor, calla ya o vas a llevarte un botellazo, mira que eres egocéntrica." Después de esa conversación la primera Marta se termina de un trago su cerveza y rueda los ojos, para luego continuar leyendo un libro sin portada cuyas páginas están totalmente en blanco. 
No sé, que quizás tengo demasiadas ganas de escribir algo de verdad, dejarme de tonterías y terminar de una vez una novela: "¿Pero cuál? Si abandonas todas tus ideas o ni siquiera empiezas a desarrollarlas", tú calla, Marta del subconsciente, y sigue con tu libro fantasma. 
Tu mayor miedo es mirarte un día al espejo y darte cuenta de que eres un fraude, una mala copia de lo que te gustaría haber sido. Tengo miedo de despertarme un día y darme cuenta de que me han desaparecido las palabras, que no puedo escribir más y que todas las historias que pueda llegar a imaginar jamás llegarán a vivir en el papel, a ser leídas por cualquiera. Esa sería mi condena por no escribir cuando tuviste tu oportunidad.
Otras veces pienso que todo esto es un sueño y en realidad mi escritura es pura basura. No sé escribir y esta vida es una reproducción que ha creado mi mente, un mecanismo de defensa para no derrumbarme. Un día unos neurólogos entraron en la consulta y arrasaron por completo la sala, introdujeron un veneno en el gotero y fui consciente de la realidad: la reproducción era mi estado vegetativo y el suero inexistente, la realidad es que no sé escribir y estoy perfectamente despierta como para comprobarlo. "Qué trágica cronología alternativa" diría una Martha perteneciente a otra, y tú le responderías: "¡No tan rápido, chica! No te preocupes, hay tragedia para todas"


Fragmento de mi Diario de Invierno (cuaderno de escritura automática).


He vuelto, aunque no traigo ninguna promesa (ya me asusta esa palabra). Estoy aquí porque necesitaba volver y siendo que mis letras siguen un poco magulladas no podía exponerlas en The Journal. Estoy aquí porque necesitan recuperarse y mostrarse poco a poco, y aparecen sin ningún compromiso pero con muchas ganas.
Si vosotros también queréis volver, las puertas de Efímero os reciben con los brazos abiertos.